Palabras sobre La Católica

Por Salomón Lerner Febres

Entendemos que la universidad es el lugar privilegiado para el diálogo, la ciencia y la cultura. En razón de su identidad católica, la PUCP tiene el deber de preservar la comunicación entre la fe y el conocimiento y, por lo tanto, impulsar la formación sustentada en valores superiores. Por ello, con frecuencia, marchamos a contracorriente de las ideologías de turno y nos convertimos en el ámbito crítico en el cual ellas pueden ser entendidas en su contexto, sentido y validez.

De este modo, aunque ello pueda ofrecer motivos para la opinión ligera y la crítica negativa formulada en ocasiones de modo intencional para justificar intereses subalternos, nos negamos a caer bajo el atractivo señuelo del lucro, la competencia y el mercado. Pero tampoco somos doblegados por la aceptación de mandatos arbitrarios y verdades que no hemos perseguido con sinceridad buscando así en sus extremos se nos entregue, en determinados dominios, la experiencia superior de la gracia.

Como en los años fundacionales, percibimos también hoy la necesidad de distinguir con claridad entre medios y fines y reivindicamos nuestro compromiso con los principios permanentes que siempre han otorgado sentido a nuestra misión. No entendemos, por tanto, la formación como fractura y censura de la libertad ilustrada y responsable, ni aceptamos la tesis de moda que desea reducir la educación a una tarea sometida a la rentabilidad económica y que se reniega a sí misma como apostolado.

Seamos claros. Lo anotado no quiere decir que afirmemos que nuestra tarea es absolutamente ajena a factores económicos y a exigencias organizacionales, pero, justamente como institución que reflexiona sobre su ser y su quehacer, entendemos esas dimensiones: la de los bienes materiales y la de las cambiantes normas, como sometidas en todo tiempo a un fin superior; búsqueda de la verdad que es buena y nos brinda aliento para que todos nosotros, que somos la Universidad –docentes, alumnos, graduados, trabajadores– seamos personas honestas y fieles a sus convicciones a partir de los valores que se inspiran de Cristo y el mensaje que Él encarnó y enseñó: la caridad –sin la cual todo es oropel–; la solidaridad con todos los seres humanos, nuestros hermanos, y de modo paradigmático con los más desposeídos, los discriminados, los huérfanos, los extranjeros; la elección de servir y no de servirnos; el perdón frente al agravio injusto; en fin, para decirlo todo: la necesidad de penetrar hasta el espíritu de la ley y los mandamientos en lugar de simplemente memorizar su letra y acatarlos sin entenderlos y hacerlos partes de nuestro ser.

Así hemos sido en la PUCP, así hemos querido serlo, así somos, y por ello hemos construido una tradición casi centenaria que honra a nuestro fundador y nuestros predecesores.

Esa tradición es ya parte indesligable de la historia del Perú. Numerosos y permanentes son los aportes de nuestra institución en diversos aspectos de la vida nacional. Nuestra contribución se hace patente en ámbitos tan diversos como la lucha contra la pobreza, la orientación ética, alerta y justa dentro de los avatares de la vida pública y por cierto la excelencia en lo académico. En busca de una mejora en la calidad de vida de nuestro pueblo participamos con aportes concretos vinculados con el uso de modernas y diversas tecnologías; entre nosotros se han modelado generaciones de dirigentes políticos que bien pueden discrepar entre ellos pero que, lo sabemos, tienen, aunque a veces quieran negarla, la impronta de la Católica.

Hemos acogido asimismo a importantes actores del devenir nacional: intelectuales de nota, científicos renovadores, creadores literarios, artistas plásticos, jurisconsultos, antropólogos; numerosos profesores de otras universidades del Perú y del extranjero, y así la lista podría continuar. Ellos constituyen un aporte intangible –que supera cualquier cuantificación por grande que ella fuere– y son motivo de honor para los peruanos en general y para los peruanos católicos en particular.

Para finalizar, por ahora, es muy importante volver a mencionar que la voz serena pero firme de la PUCP en diversos momentos y épocas se ha dejado sentir, a veces en solitario, y ha defendido el bien común y la honestidad dentro de los asuntos públicos. En tal sentido, sus pronunciamientos han sido decisivos en la constitución de los juicios morales que deben reflexionar y guiar a nuestro cuerpo social, ello aun cuando esa palabra no se acomode con el poder, sino más bien lo critique.

Así, pues, podemos decir con orgullo que la Pontificia Universidad Católica del Perú ha vivido dignamente sus 94 años de vida y que hoy debemos, lejos de pensar siquiera en su desaparición, unirnos todas las personas de bien para buscar su crecimiento y fortaleza.

Publicado en La República, el 19 de setiembre del 2011.

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