Dr. Henry Pease en el diario El Comercio: En defensa de la PUCP

Escribo tras ver lo que El Comercio informa sobre los valores de la herencia de don José de la Riva Agüero, algo importante pero que no puede ser visto como si eso fuera la Universidad Católica. Quiero decirle al país que lo más valioso de la universidad no es esa herencia, una enorme chacra —el fundo Pando— y muchas propiedades en el Centro de Lima que siguen como tales, usadas pero sin venderse o reinvertir en ellas, como ocurre con la mayoría de solares del centro de la ciudad. ¿Eso hizo a la PUCP la más prestigiosa del Perú, la única que aparece en los ránkings internacionales?

En marzo cumpliré 40 años enseñando en la PUCP ininterrumpidamente. La docencia allí es parte esencial de mi vida y sus alumnos siguen dándome fuerza para estudiar la sociedad peruana. Varios de mis maestros cumplieron más de 50 años entregados a la universidad, como Luis Jaime Cisneros o Máximo Vega Centeno, y no lo compartieron, como yo, con la función pública. Dieron toda su vida y para mi arzobispo eso no vale nada. Por eso quien él designó reclama todos los bienes de hoy que —entiende— provienen de la herencia y no de nuestro trabajo. Somos 500 profesores a tiempo completo y casi 2.800 sumando otras modalidades. Muchas veces se dijo, hablando de nuestros sueldos, que los profesores pagamos los “diezmos y primicias a la Iglesia” por lo bajos que eran. Han mejorado, pero son más bajos que varias universidades privadas que no son mejores y no nos quejamos.

Mi arzobispo quiere “recuperar” la PUCP. Lo declaró en 1997 sosteniendo que se la quitó Velasco. Pero la ley de esa época solo hizo que en las universidades decidiéramos los profesores, mayoritariamente, y los estudiantes en parte. Dejó un espacio para los promotores, pero no permitió que fueran “propietarios privados de la actividad académica ni de las ideas”. La ley no tuvo el mismo efecto en universidades estatales, que ya estaban destrozadas por la corrupción que se escudaba en la política partidaria, pero poco tenía que ver con los partidos políticos propiamente dichos. Pero en la PUCP funcionó y los resultados son objetivos, se pueden medir internacionalmente.

Decirle “mi arzobispo” a monseñor Cipriani es un acto de respeto a pesar del poco respeto que él nos tiene. Lo respeto como obispo, pero no puedo respetar su intervención más allá del campo pastoral. Una universidad no puede sobrevivir a una autoridad que pretenda excluir y reducir al silencio a un profesor, como él hizo con un sacerdote muy apreciado de mi parroquia. La libertad es condición elemental de la vida académica que este arzobispo no comprende como no comprende, a pesar de todo lo dicho en la doctrina social de la Iglesia, que hay valor económico que se origina en el trabajo y no en el capital heredado o invertido.

No hay más remedio que litigar y es un escándalo. Me duele demasiado, pero recuerdo que su apreciado predecesor me dijo una vez con firmeza: “Los católicos solo tenemos a Jesús como líder, nunca permitas que el error de un sacerdote te aparte de Jesús”. No lo hará el arzobispo, pero la cruz que soportamos muchos católicos de esta sede existe y agobia. Distinguir planos era en mi juventud la manera de resolver algunos problemas, pero el integrismo no lo admite.

Invito a revisar los grandes temas por los que la PUCP se ha jugado en los años recientes, además de poner toda su atención en formar integralmente a sus alumnos: la verdad como condición de la justicia y de la paz, la democracia en el régimen político y la reforma del Estado para servicio de la ciudadanía, el cambio climático, la pluralidad y el diálogo como ejercicio cotidiano que no entroniza ideologías y pone a la persona humana como centro de su interés.

Dialogamos y ponemos por delante nuestra fe cuando no aceptamos la exclusión del otro, crea o no en lo que profesamos, y así hacemos avanzar la historia. Esta es la universidad que tiene la confianza de sus alumnos y de los padres de familia que los apoyan para crecer como profesionales. Es una universidad que se abrió a todas las clases sociales con un sistema escalonado de pensiones que propusimos los entonces alumnos —con el inolvidable liderazgo de Armando Zolezzi—, y que por eso, sin subsidio del Estado, enseña a compartir porque comparte lo que tiene. No nos creemos ni perfectos ni mejores que los demás. Podríamos ser mejores si nos dejan, pero hay quienes creen que la educación solo es posible sometiéndose a un mandato de un dueño, de una idea o de un dogma. Así no se hace universidad seriamente.

Henry Pease García

Ex presidente del Congreso y profesor del Departamento de ciencias Sociales de la Universidad Católica

Lunes 14 de Junio del 2010

Fuente: El Comercio

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