
Por: Paula Amaya, voluntaria de Clima de Cambios
El 14 de abril de este año, los noticieros se llenaron de titulares que anunciaban el décimo primer vuelo comercial exitoso del programa New Shepard, de la empresa Blue Origin. Este viaje se volvió especialmente mediático por la presencia de la reconocida cantante pop Katy Perry y para muchos fue el momento en que realmente comprendimos que los viajes espaciales comerciales ya no son un concepto futurista: son una realidad. La imagen de una celebridad a bordo de un cohete nos mostró que el turismo espacial ha dejado de ser ciencia ficción.
Hace solo unas décadas, viajar al espacio era un privilegio exclusivo de astronautas y misiones científicas. Hoy, empresas como SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic han abierto las puertas del espacio a cualquier persona con suficiente poder adquisitivo y espíritu aventurero. Pero mientras el turismo espacial se presenta como el próximo gran paso de la humanidad, surge una pregunta que no podemos seguir evitando: ¿a qué costo ambiental estamos conquistando las estrellas?
Las emisiones y la contaminación
Cada vez que un cohete despega deja mucho más que asombro en el cielo. Estos lanzamientos liberan grandes cantidades de óxidos de nitrógeno y partículas de carbono negro en las capas más altas de la atmósfera (BBVA, 2023). A diferencia de los aviones, cuyos contaminantes se dispersan en las capas bajas, los residuos de los cohetes alcanzan la estratósfera, entre los 10 y 50 kilómetros de altitud, donde está la capa de ozono, y la mesosfera, que llega hasta los 85 kilómetros. En estas zonas, los contaminantes pueden permanecer suspendidos entre tres y cinco años, ya que la naturaleza tarda mucho más en eliminarlos (CNN, 2025). El turismo espacial representa un alto riesgo para la atmósfera: estos viajes liberan gases peligrosos que dañan la capa de ozono y, aunque hoy parecen eventos aislados, es probable que en el futuro sean cada vez más frecuentes.
Aunque las empresas espaciales aseguran que sus emisiones son menores que las de la aviación comercial, el verdadero problema es dónde se liberan estos gases. Tanto el carbono negro como el hidrógeno líquido generan impactos ambientales importantes. El carbono negro es especialmente dañino en las capas altas, ya que su efecto sobre el calentamiento global es mucho más fuerte que el del dióxido de carbono (Business Insider, 2022). Además, aunque Blue Origin presume de ser más limpia por usar hidrógeno líquido, este combustible no es tan sostenible como parece. Su producción, que suele realizarse a partir de gas natural mediante un proceso llamado reformado con vapor, libera grandes cantidades de dióxido de carbono (BBVA, 2023). Y aunque el hidrógeno no genera dióxido de carbono al quemarse, el vapor de agua que emiten los cohetes favorece la formación de nubes heladas que aceleran la pérdida de ozono y calientan intensamente las capas superiores.

Imagen: Gestión
Basura espacial: el riesgo que sigue orbitando
El turismo espacial también está dejando otro grave problema: la basura espacial. Satélites desechados, partes de cohetes y restos de misiones fallidas flotan alrededor del planeta, aumentando el riesgo de choques en órbita. Pero el impacto no se queda solo en el espacio. Hasta el momento, ya se han registrado varias caídas de basura espacial sobre la Tierra. Para ponerlo en perspectiva: en la primera semana de febrero de 2025, un enorme fragmento de un cohete de Blue Origin apareció en las costas de las Bahamas, mientras que piezas de un cohete de SpaceX cayeron ardiendo sobre Alemania (CNN, 2025).
Aunque el riesgo para las personas en la superficie sigue siendo muy bajo (ESA, citada por CNN, 2025), estos eventos comienzan a volverse más frecuentes y podrían convertirse en una preocupación real en los próximos años.
Cuando los cohetes amenazan los ecosistemas
El impacto no se limita solo al aire. Las bases de lanzamiento, como la famosa Starbase de SpaceX en Texas, también han causado daños directos en áreas naturales protegidas. En 2023, por ejemplo, un cohete Starship explotó en su primer vuelo de prueba, se esparcieron escombros de acero y concreto hasta 800 metros más allá de lo previsto, afectando playas, hábitats de aves y parques cercanos (The New York Times, 2024). Este incidente dejó en evidencia los riesgos ambientales inmediatos que las operaciones espaciales pueden generar en la Tierra antes de siquiera despegar.
Y este problema no parece tener fin. La prueba y error es una fase importante dentro del modelo de estas empresas, que necesitan realizar múltiples lanzamientos previos para garantizar la seguridad de sus pasajeros. Además, no es solo una compañía la que compite en este mercado: cada vez hay más empresas ofreciendo servicios de turismo espacial, y, de esta forma, una presión constante por innovar, crear nuevas experiencias y desarrollar naves más avanzadas. Esto implica nuevas pruebas y más impactos negativos en los ecosistemas cercanos a sus bases. Es un ciclo que, por ahora, no muestra señales de detenerse.
Aunque hoy estos viajes parecen eventos excepcionales, reservados para millonarios y realizados solo unas pocas veces al año, la tendencia indica que pronto serán más frecuentes. No significa que el turismo espacial vaya a estar al alcance de todos, pero sí que será cada vez más habitual y comercialmente viable. Lo que hoy parece una novedad limitada va camino a convertirse en una práctica establecida y difícil de detener. Sin embargo, esto puede resultar problemático, ya que actualmente el turismo espacial no cuenta con normativas ambientales claras a nivel internacional (BBVA, 2023). Esta situación revela la urgente necesidad de establecer reglas que regulen esta actividad.
La cantidad de recursos naturales, energía y materiales de alto impacto ambiental que requiere esta industria es considerable (Business Insider, 2022). De no contar con una regulación clara, estaríamos abriendo la puerta a una nueva fuente de contaminación que podría volverse insostenible. La industria avanza mucho más rápido que las leyes y, sin regulaciones efectivas, las empresas espaciales pueden seguir despegando mientras el impacto ambiental se acumula silenciosamente. Incluso en Estados Unidos se ha propuesto la creación de un impuesto específico para estos viajes espaciales recreativos. Según el congresista Earl Blumenauer: «La exploración espacial no debe estar exenta de responsabilidad ambiental» (Independent Español, 2021).
El turismo espacial puede parecer un símbolo del progreso humano, pero hoy más que nunca necesitamos preguntarnos si ese progreso está dejando a la Tierra atrás.
Después de todo, no hay planeta B.