El profesor Rafael Aguinaga es exalumno de la Facultad de Agronomía de la PUCP. Cuando terminó la carrera, viajó a Buenos Aires para estudiar un posgrado. De vuelta en el país, recibió dos noticias que marcarían el rumbo de su vida, posiblemente una más que otra. La primera era que Agronomía ya no iba más en la universidad. Y la segunda: «El padre MacGregor me dijo que me encargara de la actividad de biohuerto».
Por fuera, el invernadero, que está detrás de la Facultad de Estudios Generales Letras, luce como una casa pequeña con paredes transparentes. «Esto es un invernadero –dice el profesor Aguinaga mientras sus manos rozan las paredes de plástico–. Antes todo era plástico, pero ahora el techo es de malla. Lo cambiamos porque hacía mucho calor». A su lado, está el tinglado, que es como el invernadero pero, en vez de tener paredes de plástico, las tiene de malla. «Aquí en estos dos ambientes (invernadero y tinglado) se realiza la actividad que se llama biohuerto. Es un curso regular que se hace todos los ciclos».
La primera práctica consistió en preparar el compost y la parcela. Cuando los alumnos llegaron, lo primero que tuvieron que hacer fue sacar el resto de plantas que quedó del ciclo anterior. Luego, con la ayuda de la lampa las cortaron en filamentos más pequeños y las pusieron en el fondo de un hoyo por capas: una capa de plantas, una capa de guano o el mismo compost y otra capa de cal, y así hasta la parte superior. Al final se le pone un respiradero –un tubo– y agua.
–¿Qué es lo que sucede?
–Hay un proceso de descomposición. La cal sirve para regular el PH y hacer un proceso regular de fermentación. Las bacterias y hongos que el guano o el mismo compost tienen, van a degradar completamente las plantas cortadas en filamentos pequeños y al cabo de 5 meses aproximadamente se tiene este producto que se llama compost. Se puede cernir y tenemos un producto bien fino que directamente se puede abonar alrededor de cada planta. Cuando inició el taller, los alumnos encontraron una parcela sin plantas, luego voltearon la tierra con ayuda del pico y la lampa. Se voltea dos o tres veces para mullir completamente el suelo. Luego, se nivela, se preparan los surcos y después viene la siembra.
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Una vez dentro del invernadero, hacia el fondo, unas lechugas grandes, que fueron plantadas el año pasado en el curso regular de Estudios Generales, anuncian que ya están listas para ser recogidas. «Lo novedoso de este taller de biohuerto es que es la primera vez que se realiza con nuestro grupo de alumnos de UNEX», manifiesta Raquel Cuentas, Asistente Académica del programa de la Universidad de la Experiencia (UNEX). Se trata de un programa de formación continua dirigido a personas adultas mayores y acaba de cumplir 15 años. «Están muy motivados, les acerca a la naturaleza, les gusta mucho las plantas, pero también les está ayudando en su vida cotidiana, en sus actividades diarias, en su actividad física y en su alimentación. Es necesario incentivar el cuidado del medio ambiente a través del desarrollo y del cultivo de plantas en nuestras casas», puntualiza.
-¿Y cómo así nació la idea?
-La coordinadora de UNEX, Haydée Alor, ya había conversado con el profesor Aguinaga para tener alguna propuesta del taller y se concretó este año. Lo que nosotros queremos es desarrollar propuestas académicas que sean de utilidad para la vida de las personas mayores. A nosotros nos interesa mucho incentivar, sobre todo en las personas adultas mayores, la relación con la naturaleza. Además, el taller de biohuerto ha sido realizado a pedido de los propios alumnos y alumnas. Las encuestas que tomamos cada fin de ciclo arrojaron que querían un curso relacionado al cultivo de plantas. Atendiendo esta demanda es que organizamos el taller de biohuerto.
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Los alumnos y alumnas del taller hoy sembraron papas, de diversos tipos: papa blanca, papa amarilla, papa rosada, papa negra. Antes ya habían sembrado kion, rabanito, lechuga, acelga, espinaca, brócoli, espinaca, rosas, hierba buena y menta. Ya se pueden ver los pequeños brotes. «Ellos posiblemente cosechen el rabanito, pues al mes ya tenemos un rabanito baby y sobre todo orgánico», afirma el profesor.
-¿Qué le parece esta primera experiencia del taller de biohuerto dirigido a personas adultas mayores? ¿Qué es diferente?
-Yo no sé de dónde sacan tanta energía. A veces me quedo completamente extenuado, pero ellos no. Y son gente de edad, algunos con problemas de salud. Esto les ayuda al mismo tiempo que transpiran, bajan de peso, se sienten mejor. No se quedan callados y preguntan y preguntan. Están felices, pues todas las semillas que han sembrado han germinado.
-¿Cuál es el vínculo entre la creación de los biohuertos y el cuidado del medio ambiente?
-En el biohuerto hacemos una agricultura orgánica y eso es lo más importante. Cuando vamos al mercado, no nos preguntamos cómo se obtienen los vegetales que estamos comprando. Normalmente a los suelos se les aplica abono químicos; a las plagas, pesticidas. Y eso no es conveniente, porque los productos no van a ser inocuos, porque quedan muchos residuos y además el suelo se ve perjudicado, el agua y el propio producto se contamina. Lo ideal es hacer una agricultura orgánica, es decir, que no se apliquen insecticidas ni abonos químicos para tener productos sanos y de calidad.
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Para Virginia Ríos, ingeniera química de 50 años y alumna del taller de biohuerto, lo más importante de esta actividad es su valor para el cuidado del medio ambiente. «A tanto carro, debemos tener más vegetación. Debemos equilibrar», manifiesta. Además, resalta su papel como multiplicadora de las nuevas enseñanzas del taller: «No solamente es para nosotros, debemos compartir estas enseñanzas con nuestros familiares y amigos». Y agrega: «Aunque nos cueste, porque cuesta; por ejemplo, yo tengo una hernia. Y no debería, pero tengo que hacerlo».
Olimpia Villanueva tiene 73 años y una afición por el cuidado de las plantas que se remonta a su juventud, pero nunca se dio el tiempo para profundizar en el tema. «Ahora estoy aprendiendo con más técnica, de manos de un experto», afirma. Al igual que ella, Alejandrina de Barreto también siempre se sintió inclinada hacia esta actividad. «En mi casa tengo un jardín grande y siempre he sembrado plantitas, pero de manera empírica. Ahora, gracias a las enseñanzas del profesor, ya sabemos cómo sembrar, cómo preparar un compost, cómo preparar la parcela», señala.
Más allá, Rosina Giampietri afirma con ímpetu: «Soy la más joven de todas, tengo 92 años». Con una sonrisa en el rostro, sostiene que ya probó las hojas de acelga que la vez pasada el profesor le regaló: «Me hicieron una tortilla en casa y, por experiencia, puedo decir que todo sale muy bien». Hoy, a sus 85 años, el señor Apolonio, quien trabajó toda su vida como agricultor en la Sierra, afirma que está «aprendiendo muchas cosas que ignoraba».
A lo lejos, se escucha la voz de otra alumna: «Aprendes y te relajas».
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La profesora Raquel Cuentas da más luces sobre el programa de la Universidad de la Experiencia.
-¿Y el programa de UNEX es pionero en el Perú? ¿O ya había otros programas para adultos mayores?
-En Perú es pionero en su tipo, o sea, dentro del ámbito académico. Ha articulado no solamente la parte formativa de las humanidades, sino también otras actividades desde la academia, como este taller. Pero también está la parte asociativa, que es el complemento del programa, donde los alumnos y alumnas de UNEX hacen sus propuestas de qué cursos o talleres quisieran tener, participan de seminarios internacionales, entre otras actividades.
En nuestro país, tenemos casi 10% de personas adultas mayores y las políticas públicas no están enfocadas —mediante servicios, actividades directas o espacios— a los adultos mayores. Nosotros, como universidad que está también enfocada a contribuir con el desarrollo del país, sobre todo el desarrollo humano, tenemos ese compromiso con este grupo poblacional que son los adultos mayores. Nuestro país está creciendo y necesitan espacios como UNEX.
-Es una responsabilidad moral de la universidad tener programas para los adultos mayores, en un país donde las políticas públicas no contemplan a este grupo poblacional.
-Nosotros consideramos que el programa sí está dando su aporte en los espacios públicos. En el 2013, la AFP Prima premió a la universidad por tener un programa como UNEX. Y el año pasado el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables nos dio un reconocimiento por el trabajo que se viene desarrollando en favor de las personas adultas mayores en el ámbito de lo formativo, desde la academia.
No podemos hacer invisible a esta realidad, a este grupo poblacional que sí requiere atención. Hay una ley del adulto mayor pero se cumple muy poco.
-¿Cuáles son los principales beneficios en los adultos mayores el seguir construyendo aprendizaje?
–Uno de los aspectos importantes es que los mantiene activos. La vida no se termina cuando cumples 60 o cuando te jubilas, más bien empieza una nueva etapa. Los adultos mayores tienen un saber acumulado y una experiencia que tienen que retroalimentarla y pueden generar un espacio de relación intergeneracional con los más jóvenes.
Nosotros consideramos que los adultos mayores de esta época están revolucionando la imagen que se tenía del adulto mayor. Los adultos mayores de ahora están saliendo a la calle como debe ser y están participando en diferentes espacios. En nuestro país, donde nuestra cultura ancestral ha valorado mucho a los adultos mayores, tenemos que volver a eso, para poder hacer una verdadera relación intergeneracional y poder aprender de sus experiencias, y la universidad es un buen espacio para eso. Nosotros decimos que somos plurales, que apostamos por la diversidad, por el desarrollo humano. Entonces, ¿qué mejor que demostrar eso, eso que está escrito, que es declarativo, con un programa como UNEX? Este es un buen ejemplo para las generaciones más jóvenes.