Tuvieron que pasar hechos sumamente graves para que el pueblo japonés vea al emperador Akihito en la televisión por primera vez después de transcurridos 22 años en el trono. En su mensaje a la nación expreso su preocupación por la naturaleza “imprevisible” y las consecuencias “impredecibles” del accidente nuclear en el complejo nuclear de Fukushima al noroeste de Tokio, “Espero sinceramente que podamos impedir que la situación empeore”. Era el miércoles 16 de marzo, tan solo a cinco días del tremendo terremoto y posterior tsunami que comprometió una vasta región de la costa del Pacifico del país.
A los peruanos nos puede resultar muy complicado comprender cómo en el Japón, nación que fue dantescamente castigada en 1945 con la explosión de dos bombas atómicas y que devastó amplias zonas de su territorio, hoy día se esté ante un evento nuclear al que el emperador clarificó de consecuencias impredecibles. Y es que en el Japón de la postguerra hasta antes del terremoto estaban en operación 54 reactores nucleares y que generan una potencia cercana a los 46,821 MW lo que representa el 25% de su matriz energética –casi seis veces el total de energía eléctrica producida en el Perú- que el año 2010 fue de 7,986 MW según datos de la Dirección General de Electricidad del Ministerio de Energía y Minas. Japón es evidentemente una potencia en el desarrollo y la utilización de la energía nucleoeléctrica. Desde una mirada pragmática este nivel de participación en la matriz energética del Japón no es nada extraño, sólo habría que comparar este ratio con el caso de Francia, 78 % o Suecia, 50%. Resulta razonable y realista que un país con gran demanda de energía y marcada escasez de recursos energéticos convencionales haya optado por desarrollar esta industria y con el decidido apoyo de su población. En este punto hay dejar en claro que un tema es el uso de la energía nuclear –una energía que está en la naturaleza- para generar electricidad y otro el horrendo uso con fines de destrucción masiva. Es notable y admirable entonces el realismo de los líderes y el pueblo japonés que en décadas pasadas, aún cuando el invierno nuclear de las bombas atómicas era una pesadilla cercana, decidieron y mantuvieron el desarrollo de su industria nuclear.
Producido el terremoto y tsunami el daño a los reactores del complejo de Fukushima es evidente. Sus sistemas de seguridad –parada rápida- actuaron como estaba previsto, pero los sistemas de refrigeración fueron severamente dañados y ello desencadenó la alarma y preocupación mundial. No cabe ninguna duda que estamos ante un accidente que las autoridades del Japón han calificado en el nivel 5 de 7. Es ya evidente que se está produciendo fuga de materiales radiactivos de diversa peligrosidad pero en cantidades menores y más aún que sigue la mayor amenaza: que parte del núcleo de alguno de los cuatro reactores dañados se funda parcialmente. Resumir los posibles hechos y consecuencias de este severo accidente es una tarea compleja y supera los alcances de este artículo, por tanto es conveniente dejar en claro las posibilidades más pesimistas por sus consecuencias. En primer lugar debemos saber que un reactor nuclear no explota como si fuera una bomba nuclear. El accidente más crítico es entonces que el complejo de combustibles nucleares que forma el núcleo de reactor se funda y liberé una cantidad inmensa de nucleídos altamente radiactivos y cuya vida media en algunos casos alcanza los miles de años. Una posible vía por la que llegarían estos contaminantes radioactivos a la cadena humana es por las aguas subterráneas y también el agua de mar, aunque una parte podría diseminarse a la atmosfera en forma de gases que inclusive podrían contener partículas del plutonio de los elementos combustibles. Todo indica que el titánico esfuerzo de los técnicos japoneses está controlando la situación, aunque el daño severo en alguna proporción de algún núcleo es posible que inclusive ya haya ocurrido, pero sin que la contención de seguridad esté dañada. Ante este hecho no quedará más que literalmente enterrar de por vida esos reactores, cubriéndolos con algún tipo de material altamente resistente a las condiciones ambientales y sísmicas de la zona. Entre tanto se han puesto en acción los planes de evacuación de las zonas periféricas al complejo en un radio de 30 Km. Cuándo estas personas podrán volver a su zona de residencia y trabajo es incierto y podrían pasar varias semanas hasta saberlo. Si nos guiamos por los informes de la Organización Internacional de la Energía Atómica hay buenos indicadores para estimar que el peor accidente baja su probabilidad de ocurrencia día a día. El reto que queda ahora es restablecer condiciones de emergencia para la refrigeración de todos los reactores afectados y diseñar la desactivación de estos reactores.
¿Qué pasará con la energía nuclear en Japón? Es aún pronto para acercarse a esta decisión tan crítica para los japoneses, basta conocer que previo al accidente ya se encontraban en construcción o en proceso de diseño una docena de reactores con proyección de entrar en operación sucesiva hasta el 2030. Es previsible que los japoneses, pasado el episodio, rindan un valioso tributo al enorme grupo de científicos, ingenieros y técnicos que están trabajando, inclusive con el riesgo inminente de sus vidas, en remediar los efectos de este accidente y luego tomen la distancia prudencial para ver su futuro y sus necesidades de energía para asegurar el desarrollo sostenible de sus futuras generaciones.
¿Qué pasará con la energía nuclear en el mundo? Ante todo seguirá la polarización y discusión, esperemos que racional y científica sobre su necesidad y seguridad. Pero en cualquier escenario podemos afirmar que visualizar un mundo en el que los reactores nucleares han sido reemplazados por enormes áreas de molinos de viento ó turbinas eólicas, entre otras energías renovables, pertenecerá por un tiempo más al mundo de la fantasía. Mientras tanto en el Perú tenemos el reto de ingeniarnos como obtener el mejor provecho de los recursos energéticos que la naturaleza nos ha dado, pero solo lo lograremos si cambiamos nuestro paradigma de corto plazo por una visión de futuro.
Dr. José Pereyra. Director CENTRUM Futuro. CENTRUM Católica.
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