30 de diciembre del 2011

Tiene que haber otra manera: el diálogo genuino para resolver el conflicto entre la Iglesia y la PUCP

Por: Iván Ormachea, Profesor Ordinario

El conflicto que viene atravesando nuestra universidad con el Arzobispado (otros dirían con la Iglesia, otros con el Cardenal Cipriani y otros con el Vaticano) viene polarizándose a un ritmo preocupante. Diversas instituciones universitarias y personalidades dentro y fuera de la PUCP han manifestado su apoyo al rectorado, mientras que otro bloque de personas, medios de comunicación y estamentos de la Iglesia están de acuerdo con la posición del Arzobispado de Lima en este conflicto.

La estrategia que predomina es la jurídica a través de una batalla legal donde los abogados son los protagonistas. Al parecer hay muchos temas de naturaleza legal que deberían quedar zanjados jurídicamente como por ejemplo aquellos vinculados a los efectos del testamento de Riva Agüero, al derecho de propiedad sobre los bienes de la universidad, a la aplicabilidad de las normas legales ―si se trata del derecho canónico o del derecho civil peruano― en esta controversia y seguramente otros más.

Creo, sin embargo, que administrar este conflicto únicamente desde una perspectiva legal es insuficiente cuando podría haber otra manera de hacerlo. Algunos pensarán, y ya me lo han dicho, que soy muy ingenuo al proponer algunas de estas ideas pero no veo por qué no hacerlo, cuando lo que veo es que entre unos y otros hay “diálogos de sordos” y más contradicciones que en lugar de aclarar las cosas robustecen las posiciones y encrespan los ánimos.

Debe recordarse que los conflictos administrados en el ámbito judicial siempre deterioran la relación entre las partes y que el resultado suele ser de un ganador y un perdedor. Podremos resultar siendo los ganadores, pero nada garantiza que los temas de fondo sean resueltos y quede en su lugar una sensación de revancha del que pierda en esta disputa. Tarde o temprano estos efectos podrían llevar a nuevas disputas continuando con el espiral de desconfianza.

¿Existe otra manera de abordar el conflicto para evitar este alto daño colateral? Sí, a través del diálogo genuino. Pero no nos referimos a cualquier conversación, ni encuentro improvisado, nos referimos al diálogo genuino como aquel capaz de sentar a dos o más partes a escucharse bajo un proceso cuidadosamente diseñado para intercambiar respetuosamente sus puntos de vista en el franco deseo de generar empatía con el otro y de entender sus puntos de vista. Se trata de aquel diálogo genuino capaz de valorar la relación y de crear confianza entre las partes.

Tanto la Iglesia como el rectorado de la PUCP dicen estar a favor del diálogo pero será difícil ponerlo en marcha si es que antes no toman la sería decisión de hacerlo. He escuchado al Cardenal Cipriani invitar al diálogo en su programa Diálogos de Fe cuando previamente aludió al rector de la PUCP usando una metáfora difamatoria contra él. También he escuchado al rector indicando que la PUCP no va a dialogar mientras se mantengan inscripciones en registros públicos, provenientes de una sentencia del Tribunal Constitucional, en las fichas registrales de los bienes de la universidad. El diálogo ha dado frutos y ayudado a lograr la paz en situaciones de mucho mayor conflictividad social donde se ha sufrido la pérdida de vidas humanas y daños mucho más extremos que los mencionados. Es cuestión de darle una oportunidad al diálogo genuino a pesar de todas las adversidades.

A través de un proceso de diálogo genuino se podría en principio desescalar el conflicto por la vía de consensos mínimos de tipo relacional pactando el “cese del fuego mediático” en las páginas web institucionales de la universidad y el rectorado, además de un pacto en el que los voceros y medios de comunicación propios proscriban actos, epítetos y calificativos con el fin de despersonalizar definitivamente el conflicto. Adicionalmente, se podría llegar a soluciones de principio en base a ciertos consensos que vayan descubriendo las partes. El Cardenal Cipriani ha mencionado que no existe voluntad alguna de afectar la libertad de cátedra; bueno, entonces allí hay una coincidencia entre ambas partes que merece ser discutida y eventualmente zanjada por la vía del diálogo. La puesta en práctica de principios y valores católicos como la reconciliación, la buena fe, la tolerancia, la justicia y la paz ayudarían a sentar las bases del diálogo genuino entre la PUCP y la Iglesia. Se supone que estamos entre católicos, ¿verdad?

Y si las partes no se sienten en posibilidad de iniciar directamente el diálogo genuino deberían identificar a personas de buena voluntad que conformen una suerte de equipo de mediación que se dirija a las partes y empiece a construir mínimas condiciones para el diálogo y algunas reglas que reviertan la tensa relación que reina actualmente entre ellas. Esta comisión debería promover diálogos en cuanto a una agenda consensuada en la que seguramente estarán los temas jurídicos donde los abogados tendrán mucho que decir seguramente; los asuntos referidos a la libertad de cátedra y una gran discusión referida a la relación entre la fe católica y otras ideologías en la cual múltiples disciplinas podrán hacer su aporte. Es más, el diálogo genuino podría servir como catalizador para identificar aquella agenda legítima de aquella agenda no legítima que suele hallarse en todo conflicto.

Recordemos que la universidad cuenta con un centro especializado en el análisis y gestión de conflictos al igual que académicos con mucha experiencia que podrían contribuir a darle otro curso a la disputa. En esta misma línea, la Iglesia es la institución con mayor legitimidad social para intervenir constructivamente en conflictos sociales. No gratuitamente ha intervenido como mediadora en diversas comisiones de alto nivel y mesas de diálogo. Nunca descartemos la posibilidad del diálogo, y a él se puede ingresar de diversas maneras. Si por último el conflicto continúa, que sea regulado dentro de ciertos acuerdos de principio que no tensen más las relaciones entre las partes.

Necesitamos a los terceros; sin embargo, ¿las partes tendrán la lucidez de convocarlos o habrá que esperar alguna iniciativa autónoma que goce de la suficiente legitimidad? Que se haga el esfuerzo ya que ni la iglesia católica ni la universidad merecen esta situación. El costo del conflicto empieza a afectar la imagen de la iglesia católica, que no se circunscribe a una institución sino más bien a todos los que conformamos esta comunidad. Tengamos fe en el diálogo genuino.