El nombre de la rosa

Por Alfredo Bullard. (El Comercio, 28 de julio del 2012.)

Una serie de crímenes ocurren en una truculenta abadía en el siglo XIV. En medio de un oscurantismo religioso retratado con agudeza en la novela de Umberto Eco, se realiza una reunión para resolver un dilema teológico: ¿era Jesús propietario de su túnica? En realidad se trataba de una controversia más profunda: los denominados franciscanos espirituales (que derivarían en una facción conocida como los fraticellis) enfrentan a la jerarquía eclesiástica (incluido el Papa) en torno al desapego de los bienes materiales. Las ideas de los franciscanos sobre una auténtica pobreza apostólica son consideradas heréticas.

Homicidios, luchas por el control de la abadía, mentiras, persecución por un inquisidor enviado por el Papa, e intento de desacreditar los métodos científicos del protagonista (Guillermo de Baskerville, un fraile detectivesco que emula al mismo tiempo a Guillermo de Ockham y a Sherlock Holmes) dan el marco a un relato que resalta magistralmente las intrigas en las que están envueltos un grupo de personajes que tienen en común ser, supuestamente, hombres de Dios.

El título de la novela proviene de una idea paradójicamente simple a la vez que sofisticada. Como dice Eco, el simbolismo de “la rosa” es tan denso y lleno de significados que “…ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia”.

Tanto se usa el nombre que su contenido se diluye para ser solo eso, un mero nombre sin significado definido: “De la rosa solo queda el nombre desnudo” y “[Aunque] persiste el nombre de la rosa primigenia, [solo] el nombre desnudo tenemos”.

Del término Pontificia Universidad Católica (PUC) hoy nos queda solo su nombre desnudo, irrelevante y confuso, como el nombre de la rosa. No es ni el ‘Pontificia’ ni el ‘Católica’ lo que le da significado. Es al revés. Lo que vale no es lo que el Papa o el arzobispo le dieron. Es la atmósfera tolerante de su formación y la calidad de su educación lo que le da el valor al nombre y no el nombre el que le da valor a la universidad. La PUC es lo que es al margen (y a pesar) de su nombre. Es más. Todo indica que el nombre viene condicionado a la pérdida de su esencia de tolerancia y apertura.

‘Pontificia’ y ‘Católica’ han perdido su sentido. Se han usado tanto y en tantos contextos, que ya no sabemos si son buenos o malos, positivos o negativos. Se han alejado de toda realidad para diluir su original sentido divino y terminar enterrados en un sentido terrenal, humano y hasta banal.

Por eso no debe preocupar el nombre, sino la esencia. Eso es lo que hay que preservar. Lo demás no importa.

Como en la novela de Eco, la historia que vivimos casi calca circunstancias y personajes: intrigas, inquisidores, poder, apropiación de bienes en nombre de la espiritualidad, infalibilidades, manipulación del Derecho y jerarquías basadas en una supuesta inspiración divina. La teocracia (el poder supuestamente derivado de Dios) es una buena forma de evadir explicaciones porque la fe no requiere (al menos para algunos) demostración. Y la historia nos demuestra que las organizaciones basadas en jerarquías sin rendición de cuentas, sean estas políticas, militares o eclesiásticas, son proclives a la arbitrariedad y al abuso. Y un poder sin límites, al margen de su origen, tiende a corromper y a corromperse.

Como en ‘El nombre de la rosa’, esta historia posiblemente escalará a otros niveles donde se hable de blasfemias y se amenace con excomuniones o exorcismos, supersticiones más propias de una novela de brujería. Pero, parafraseando al zorro de ‘El principito’, “lo esencial es invisible a los ojos” y, añadimos, ajeno al nombre que le pongamos.

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